Hace unos meses me dijo mi madre: «todavía tengo tu caballito en el trastero». Mi respuesta «mmmm». 

Yo me hacía la loca. Lo recordaba espantoso. 

Pero este verano decidí ir a ver si era tan feo como recordaba. Y sí que lo era. 

Se lo compré a mis tíos que traen muebles de Bali hace 14 años y no sé muy bien en que estaba pensando, pero mi madre y yo teníamos claro que había que probar algún cambio. Me dió las primeras pinturas que encontró e hicimos el intento de pintarlo de color rojo y lunares blancos. El resultado fue un horror más horrible que el original.

El pobre caballo seguía dando miedo y la pintura no cubría.

Así que yo me fui a mi casa, y ahí se lo dejé a mi madre. Le mandé las fotos a Rosa para ver si ella podía arreglar el estropicio, me mandó algunas ideas, pero se iba de vacaciones y mi madre no quería ver ese trasto en su cocina. Al día siguiente «mi madre deseperada por no ver más el balancín» me mandó la foto de una revista que nos podía servir como inspiración y yo me fui a comprar pintura verde en spray. 

Y en 5 minutos terminé el bote y convertí una cosa que no me gustaba en algo que me encanta, que está en mi casa, que no me produce pesadillas y que he podido utilizar en una sesión de fotos. 

Fotos: Marta Schmidt Fotografía.

Así que ya sabéis…. ¡todas esas cosas que dejan de gustarnos pueden tener arreglo y hacer a una madre muy feliz por llevarnos cosas de su casa!